En los últimos días estuve imaginando casi con nostalgia la sensación -algo lejana ahora - del contacto físico o inclusive el emocional que solíamos sostener con otras personas. Pienso en la forma en que se pueden atesorar estos pequeños fragmentos de vitalidad que aparecen en estas pinturas como acercamientos a detalles imperceptibles, y que si bien es clara la referencia al archivo fotográfico familiar también se puede entender por qué la elección de planos tan cerrados se convierten en descripciones abstractas que nos acercan a la idea de paisajes exteriores casi desérticos o planos celestes, asemejando una porción de cielo como el que solemos observar durante estos días al mirar por nuestras ventanas.

En esta construcción de imágenes se debe tener en cuenta tres nociones importantes para entender la fragmentación y universalización de la misma: casa, fotografía y pintura. Estas tres comparten los mismos atributos sensibles tales como temperatura, confort, afecto y nostalgia. A su vez, dichos atributos tienen el mismo origen y están en constante referencia el uno del otro. Mientras nuestro campo de visión se acorta, los personajes y las circunstancias concretas se diluyen en la pintura y esta, despersonalizada, adquiere una carga simbólica que la dota de un carácter universal para el espectador. Este proceso inverso en donde la imagen se fragmenta y la sensación de nostalgia se expande hasta nuestro propio campo afectivo, permite que nos familiaricemos con un archivo que sabemos ajeno, pero que bien podría ser nuestro. Quizás exista una nostalgia generacional por volver a un tiempo más seguro al acercarse a estos archivos que son pequeños recuerdos de interacción con un otro que nos acoge y cobija.

La búsqueda casi urgente por no olvidar el sentir del contacto afectivo y empezar a recordarlo hasta con cierta nostalgia, me hace pensar en cómo se sentía recibir un abrazo: en la fuerza, el calor, la duración, la comodidad o quizá incomodidad del mismo. Este ejercicio de indagar en la memoria me hizo recordar la casa de Benjamín, la calidez que rodea la sala, el color del parquet y lo acogedor de sus muebles.

La selección de fragmentos fotográficos que Benjamín traslada a la pintura transfiere a su vez la asociación entre hogar y archivo mediante el color, el trazo y la temperatura que se impregna en la piel de los lienzos de esta serie de cuadros. Es así que se genera un acercamiento personal mediante la construcción de estas imágenes por medio del quehacer, la relación con el material o la fuerza en el contacto del pincel con la tela, el acercamiento al soporte y la tensión entre la tela y el bastidor.

Mientras observaba – de manera lejana- la culminación de cada pieza, no dejaba de preguntarme por los espacios donde reposarán después de su culminación cada una; ¿en dónde se encuentran ahora?, ¿dónde estarían almacenadas? o ¿dónde serán acogidas después que todo pase? Algo que he estado pensando últimamente es en la figura de la casa como un museo permanente de la historia personal o biográfica de un individuo: con pequeños centros de archivo, habitaciones de producción de objetos o elaboración de circunstancias, cuartos con paredes y aparadores de exhibición, una puerta que separa lo público de lo privado (el exterior del interior) y que deja ver el desarrollo vital de un grupo de individuos o individuo en un contexto histórico en específico .A la vez hablar de personas a través de sus objetos es una forma de hablar del mundo, ¿ y si todo se detiene, como ahora? tendríamos únicamente a mano los objetos que nos rodean en nuestras casas, y me pregunto si cualquier casa se podrá convertir en un museo.
Este texto se escribió en torno al proceso y las piezas de la muestra individual "Sigue siendo hoy" de Benjamín Cieza Hurtado, durante la cuarentena y el estado de emergencia sanitaria del 2020

- Lima, Mayo, 2020

Calle Pedro Salazar 146